Día a día, 25 pasos que pueden llevarnos a la verdadera Navidad: Jesús Naciendo en nuestros corazones

martes

DÍA 8: Pido perdón y hago las paces



La maravilla de pedir perdón. Es una de las cosas más difíciles que podemos hacer y, al mismo tiempo, tan sencilla. Basta con una palabra o un gesto de reconciliación, pero... ¡qué duro se hace a veces! Nos obliga a reconocer que hemos hecho daño a otro, y que no somos tan buenos como pensábamos. La humillación es dura, pero sólo los que han pasado por ella son capaces de crecer como seres humanos auténticos.
Sin embargo, muchos sabemos que más duro todavía es tener gente a la que todavía no perdono. Cuando vivo así las relaciones siguen ahí, pero muertas, pesando sobre mí. Me influye el rencor, el enfado o el dolor, independientemente de que la otra persona esté al lado o a mil kilómetros de mí. Vivo con ese peso, y esos sentimientos tóxicos van envenenando mi alma...
Por eso, pensando en los grandes traumas de la vida, aunque la otra persona te hiciera algo muy grave, sin justificación, que te destrozó la vida... ¡debes perdonar! Perdona con el poder de Dios. Perdona para ser libre y sacarte ese rencor y ese huir de tu interior. Como dice alguien, aunque la otra persona no se merece el perdón, tú sí te mereces perdonar.
Algunas veces perdonar requiere la explicación completa: ponerse delante, decir “Lo siento...”, bajar los ojos, decir “Perdóname!”. Otras veces, la mayoría, no hace falta decirlo, basta con volver a acercarse, saludar como si no pasara nada, hacer un gesto de cercanía, ofrecer un favor,... y todos entendemos que la crisis ha pasado.

Me pregunto (y dialogo con los que estén cerca para ser más objetivo):
¿Tengo relaciones trancadas por algún problema?
¿Tengo cosas de mi pasado que no he perdonado todavía?
¿Qué supondría perdonar en esa situación?

Hoy, como paso en este caminito de Belén, voy a pedir perdón a alguien. Uno solo de los muchos que están pendientes de cobro.
Para llegar algún día a perdonar y ser libre del todo (¡!)