En este día, el último de la primera etapa de viaje, voy a hacer algo tan sencillo y tan potente como cultivar el asombro. Un asombro ante las maravillas de Dios que se convertirá, seguro, en agradecimiento. Expliquemos un poco.
La palabra mágica para que nuestra vida cambie es GRACIAS. Cuando agradecemos abandonamos esta triste mentalidad capitalista del consumo y emigramos hacia la gratuidad. Se agradece lo que llega gratis. Y además, agradecemos a la persona que nos hace llegar el favor o regalo. Cuando me dan un vaso de agua fresca después de un partido, no le digo gracias al vaso o a la fuente, sino a la persona que me ofreció.
Pero muchas veces nuestro mecanismo de agradecimiento está encallado u oxidado. Agradecemos poco y mal. Agradecemos sólo lo extraordinario y grande, y nos olvidamos de lo pequeño y e lo que siempre está ahí. Agradecemos lo que nos gusta o queda bien, y olvidamos lo que a veces nos duele, pero nos hace crecer, como una exigencia de un amigo o de los padres.
Esta carencia es tan fuerte en los cristianos de este lado del mundo (occidente) que existen unos misioneros dedicados simplemente a extender el agradecimiento.
Hoy voy a dedicar unos minutos a mirar la maravilla de la vida que Dios me ha dado. El fluir de la sangre en mis venas, el equilibrio de mis órganos vitales, la maravilla de respirar, la luz que llega a mis ojos. Y luego todo lo que está ahí:
las llanuras y las montañas, la vida vegetal y animal, el equilibrio de la vida, los procesos de evolución, el girar de la tierra, la hermosura de las estrellas... Y por encima de todo esto, está la realidad asombrosa del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, su ingenioso plan de salvación en él, su fuerza redentora, su delicadeza salvadora,...Cosas hermosas y bellas. Las agradezco y disfruto, porque son un regalos de Dios.
Seguro que termino dando las gracias con inmenso agradecimiento.
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